miércoles, 1 de octubre de 2025

JOSELITO "EL GALLO" TORERO DE ARTE DOMINADOR Y TÉCNICO

A principios del siglo XIX, fue una época importante de tener como máximas figuras del toreo a Rafael Gómez “El Gallo” y Ricardo Torres “Bombita”, además de competir fuertemente entre sí en todos los ruedos. Aunque el carácter conformista de Rafael Gómez no sería el más idóneo para las confrontaciones. Pero su hermano José Gómez “Joselito” o “Gallito”, como se llamaba en sus principios, tomó el relevo a dicho hermano para los enfrentamientos con “Bombita”, y pese a los bombistas menospreciaron en sus comienzos al joven rival, pronto comprobaron la valía del pequeño de “Los Gallo”. Esta competencia se mantuvo hasta el mismo día de la retirada de Ricardo Torres, en la que “Joselito” participó.
Retirados “Bombita” y Rafael González “Machaquito”, también este ídolo de entonces, “Joselito” iniciaría otra nueva rivalidad con un imparable joven llamado Juan Belmonte, al que, curiosamente, tantas veces se le había pronosticado la muerte en un coso taurino, dejando constancia eterna de la competencia entre el menor de “Los Gallo” y Belmonte, mejor dicho entre gallistas y belmontistas, que ambas aficiones reavivaron y enloquecieron. La petulancia juvenil de José, de aquel hombre mimado por la fortuna, y el enconado anhelo de triunfo de Juan, fueron cediendo el paso a una entrañable solidaridad de hombres unidos por el riesgo y los esfuerzos comunes.


Pese a que al principio los aficionados mantuvieran reiteradas discusiones en defensa de sus diestros favoritos, las confrontaciones nunca se caracterizaron por la saña, sino más bien por todo lo contrario. Uno y otro eran amigos y complementarios en la plaza. Solo la prematura muerte de “Joselito” dio al traste con la pareja.

En José Gómez “Joselito”, los orígenes familiares taurinos como: “El Cuco”, “El Marinero”, “El Loco”, “Rebujina” y “Agualimpia”, y los destacados triunfos de sus hermanos mayores (Rafael y Fernando), predestinaron al benjamín de la familia para una profesión que la tenía como un juego desde que empezó andar. Con nueve años recibió la primera ovación toreando en una capea, tuvo que demostrarle a un banderillero cómo se debía clavar los rehiletes. Después con trece, vistió por primera vez el traje de luces en Jerez de la Frontera, llorando de rabia cuando el público le impidió matar al segundo toro por considerarlo excesivamente grande para él. A los dos años siguientes, el joven diestro comenzaría su andadura profesional.

Los comienzos de “Joselito”, coinciden con la vertiginosa decadencia de Antonio Fuentes, que junto a “Machaquito” y “Bombita”, dominaban el más puro clasicismo. Pero “Joselito” aunque no viera torear a Rafael Guerra “Guerrita”, escogió el mismo camino que el cordobés ya tenía trazado, que después sería la guía y canon para sus principios, también fue como base indudable la tradición familiar torera, aunque no tuviera la misma concepción del toreo de su padre Fernando Gómez “El Gallo” y de sus dos hermanos referidos, Rafael y Fernando.

Era un torero demasiado ambicioso para resignarse a una interpretación del toreo que no llevase aparejado el poder de la profesión escogida, como también de la fiesta taurina. El joven “Joselito”, necesitaba experimentar el dominio en el mundo de los toros y en la misma vida, no podía conformarse solamente con el culto al arte, característica preponderante o supremacía en los toreros de su estirpe y estilo gitano.

Con sobriedad se consagró a su profesión, creando su propio estilo, ello le propinó el temple, la pureza y la entrega necesaria para conquistar toda clase de públicos. El resultado fue un torero excepcional, largo, dominador, técnico y de grandes facultades físicas, al mismo tiempo alegre y adornado. La alternativa la tomó en Sevilla el 28-9-1912, de manos de sus hermanos Rafael y Fernando Gómez Ortega “Los Gallo”.

Ilusionado un día con la idea de torear en la plaza de Talavera de la Reina (Toledo), la que inaugurara su padre junto al diestro Antonio Arana “Jarana”, 29 de septiembre de 1890, con toros del ganadero Enrique Salamanca, pidió ser incluido en el cartel en un mano a mano con su cuñado Ignacio Sánchez Mejías (el cartel primitivo estaban anunciados su hermano Rafael, Sánchez Mejías y Larita), 16 de mayo de 1920, pero el toro “Bailador”, quinto en suerte, de la ganadería de la viuda de Ortega, le empitonó mortalmente, acabando con la vida del ilusionado torero de 25 años de edad, nacido en el sevillano pueblo de Gelves, calle de la Fuente número 2 (cerca de la huerta El Algarrobo) el día 8 de mayo del 1895, poniendo fin al epílogo de su valor, de su arte implacable y depurado con el que siempre logró la indiscutible austeridad en los ruedos de todas las plazas del mundo taurino. “Le mató un toro, pero no le afligió ninguno”, como dijeron los aficionados de aquella época.

Dejó de existir José “Maravilla” (nombre artístico de como se anunciaba en los carteles cuando empezaba su carrera novilleril) aquella lejana tarde soleada y florida de primavera, eran las siete y diez de la tarde, tras cuarenta minutos de agonía y angustioso sufrimiento. Fue el último canto de “El Gallo”. De esta manera terminó la vida torera del jovencísimo José Gómez Ortega, el que siempre será recordado por la obsesión que sentía por el toro y de sus lances irrepetibles por faroles, sin duda su sello gallista.


D. Manuel Gutiérrez Troya 

LOS TROFEOS EN LAS PLAZAS DE TOROS

Antiguamente, el torero y sus auxiliares daban la vuelta al ruedo después de dar muerte al toro en los cercados o plazas mayores de la villa habilitadas para la ocasión. Llevaban los capotes abiertos y cogidos con las manos por las puntas, allí les lanzaban desde el graderío toda clase de objetos; monedas, puros, cigarros, conejos, pollos, etc.… En la actualidad todavía les siguen echando sombreros, botas de vino, pañuelos, flores, prendas de vestir y algún que otro animal de granja, como gratitud y admiración.

Con la historia del toreo, desde los más antiguos “matatoros” hasta los más modernos toreros, ha sido por norma general y tradición popular, cuando triunfan premiarlos (antes regalos, ahora trofeos) según importancia de la faena, teniendo su origen en una costumbre humana, puesta en vigor por los Maestrantes.


Concretamente, entre los siglos XVIII y XIX, cuando un torero realizaba una excelente faena, el Presidente del festejo le regalaba el toro completo, época de mucha necesidad para vivir, conducía a que el diestro presto vendiera la carne del animal lidiado y así conseguir unos necesarios dinerillos para él, cuadrilla, familiares u otras personas allegadas a ellos, terminando con esta norma años posteriores por la falsa y picaresca comercialización que a veces se hacían de las carnes por parte de los contratistas adjudicatarios en las plazas, ya que sus ganancias era vender los toros al mejor postor, motivo por lo que los Maestrantes instauraron como trofeo simbólico otorgar al espada merecedor la oreja del enemigo vencido para después dárselo. Aunque hubo casos pocos serios en algunas ocasiones, concediendo trofeos indebidamente por favoritismo.

Existe constancia que, en la plaza de toros de Madrid, enclavada junto a la Puerta de Alcalá y Jardines del Buen Retiro, les otorgaron unos premios en metálico a dos toreros bufos: Leandro Sánchez “El Cacheta” y Francisco Serrano “Paco el de los Peros”, sinónimo que tenía por vender frutas, por arriesgar ambos sus vidas una tarde.

En la plaza madrileña de la Carretera de Aragón, año 1876, a los dos años de su inauguración, el diestro algecireño José Lara “Chicorro”, al toro Mediasnegras del ganadero Benjumea, le hizo el salto de la garrocha, le puso tres pares de banderillas cortas al quiebro, arrancándole la divisa de un manotazo, ofreciéndosela a los príncipes de Baviera que ocupaban junto al rey Alfonso XII el palco regio, terminando con la res de un certero volapié. El público enloquecido, sin saber de que modo había que expresar el mérito de “Chicorro”, pidieron desaforadamente que le concedieran el toro, a lo que el presidente accedió. Entregándole al valiente matador una oreja del animal despachado, mostrándosela al ilustre palco y asistentes que le aplaudían con delirio por un acto sin precedentes, sirviendo como justificante de la res regalada por tal hazaña.

A los 22 años de este hecho, ocurre en la misma plaza otro caso similar. El referido torero bufo “El Cacheta” nacido en Bolaños (Ciudad Real), actuaba junto al rejoneador Fernando de Heredia, imposible el caballero dar muerte al toro de nombre Calero, se va hacia el animal dicho “Cacheta”, y de media estocada en las agujas lo tumbó patas arriba, el alcalde de Madrid, el Conde de Romanones que presidía el festejo, ordenó que le entregara la oreja del toro al diestro, para después comprobar a que res le correspondía su falta para regalárselo en compensación por tan heroico hecho.

Hemos de hacer constancia que, en tiempos de “Lagartijo” y “Frascuelo”, a lo largo de más de 20 años de competencia, entre otros toreros de la época, nunca se le concedió a ningún diestro un trofeo. Ello es lo que demuestra que no era lícito ni reglamentado.

Pero el día 2-10-1910, en la referida plaza de Madrid de la Carretera de Aragón, fue cuando se otorgó oficialmente la primera oreja al diestro madrileño Vicente Pastor, por lidiar el toro Carbonero de Concha y Sierra, al que hubo de castigarle con banderillas de fuego por su peligrosidad. Pero ya sin regalo del toro.

Posteriormente y hasta la presente se están concediendo en todas las plazas, orejas y rabos, incluso en épocas no muy lejanas hasta patas, por cierto, muy bien suprimidas por lo horroroso ver un animal tan mutilado camino del desolladero, como premios al diestro merecedor a tenor de la faena realizada, con “votación” mayoritaria por parte de los espectadores con el airear de sus pañuelos blancos, pero siempre con el beneplácito de la Presidencia.

Otros detalles sobre la concepción de trofeos, diremos que el primer rabo oficial, se lo concedieron al torero Matías Lara “Larita”, en Jaén, año 1915, pero creyendo que era una burla se lo arrojó al presidente. Este matador, fue quien más veces se encerró en solitario con seis toros, lo hizo en 26 tardes, y nunca se le devolvió un toro.

Joselito “El Gallo”, cortó la primera oreja oficial, que se otorgó en la Maestranza de Sevilla, septiembre de 1915, al toro Cantinero de Santacoloma.

Juan Belmonte, fue al año siguiente, 1916, quien cortara la primera oreja en la feria sevillana de abril.

Rafael “El Gallo”, inscribiría su nombre de los elegidos, al cortar por primera vez dos orejas a un mismo toro también en la feria de abril, 19-4-1921.


D. Manuel Gutiérrez Troya 

EL MIEDO EN LOS TOROS

Qué es el miedo? ¿Qué es el valor? Son dos palabras que se pronuncian tarde tras tarde durante una corrida de toros. Verdaderamente son dos vocablos de difícil comprensión, tanto por parte de los diestros, como por parte de los aficionados. Para unos; es lógico acusar temor ante la inminente pelea con la fiera. Para los otros; deben tener la compresión suficiente para los que se enfrentan a ella. 

No hay ni un solo torero que, por la responsabilidad del momento, o porque anímicamente lo sienta, no sea proclive al miedo. Pero lo importante es superarlo con naturalidad y sin aspavientos, esa terrible y temida circunstancia.

Por todos es reconocido que el miedo existe, el protagonista en este caso es el torero, lo siente, lo vive, lo padece, pero todas esas adversidades deben ser vencidas. En ocasiones se manifiesta en forma de palpitaciones, en otras se resecan la garganta, y en otras fallan las piernas. En tales circunstancias se produce un estado de emoción desagradable provocada por la percepción de un peligro inminente, aunque sea fugaz o pasajero. Todo ello, principalmente, ocurre poco antes de iniciarse el paseíllo, sin duda alguna, es el momento cumbre cuando se toma verdadera conciencia del inmediato acontecimiento. Después en el ruedo, frente al toro, el matador -por regla general- ya lo ha vencido.

Lo cierto es que no resulta fácil caer en el tópico cuando se pretende hacer una disgregación sobre los términos de, el miedo o el valor. Pero también, es aún más difícil saber en ambos casos qué línea es la que los separa.

Cuántas veces se ha dicho que una persona ha cometido una heroicidad por haber huido hacia delante, y esa huida conlleva pavor. También es fácil escuchar, de qué forma hay que superar el miedo ante una adversidad. Ahí se está valorando el medroso del valeroso.

Está claro que el miedo es una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o un mal que amenaza. Lo mismo puede ocurrir, cuando se mete en la imaginación y no hay manera de echarlo fuera. Es como si fuese un fenómeno receloso que se aprecia perfectamente en las personas ante un peligro de algo contrario a lo que desean hacer, hecho que a veces se palpa en el rostro de los toreros.

El valor en cambio es otra cosa, es la seguridad que se tiene ante un obstáculo al que tiene vencer. Esa naturaleza le sale el torero de su alma cuando se enfrenta a una fiera a la que debe dominar ante un público exigente, sin querer exteriorizar pavor a la profesión que eligió, aunque dicha profesión ofrezca peligro, es decir; “tener vergüenza torera”.

Qué pensará un diestro al bajarse del coche que lo traslada a la plaza y tome contacto con el ambiente propicio de una muchedumbre alegre ¿Tendrá ganas de cruzar el umbral de la puerta?, además rodeado de aficionados camino de la capilla para encomendarse al santo de su devoción, y después, a la interminable espera en el patio de cuadrillas hasta pisar el ruedo. ¿Se sentirá ahí con deseo de salir a torear…?

Hay muchas situaciones claves en la fiesta taurina que se acusa el fenómeno del miedo, yo diría que la más notoria, como antes hemos dicho, es el momento de escuchar los clarines para iniciar el paseíllo.

Quizá, en ese instante todos los recuerdos queden atrás. Es la hora tremenda de enfrentarse a la realidad. Las palabras sobran en el patio de cuadrillas. Las mentes, aunque los cuerpos estén allí, están lejos de sí mismos. Lo más lógico es que estén pensando en la fiera que se encuentra encerrada y pronto saltará a la arena, o en la familia que dejaron en casa. No olvidemos que la Fiesta de los Toros es muy sentimental.

JOSELITO "EL GALLO" TORERO DE ARTE DOMINADOR Y TÉCNICO

A principios del siglo XIX, fue una época importante de tener como máximas figuras del toreo a Rafael Gómez “El Gallo” y Ricardo Torres “Bom...